Manuel Mandeb lo describía muy bien, quizás el más representativo de los Hombres Sensibles sabía con romántica inteligencia de que se trataba.
Caminar por el barrio, las esquinas, los bares, el otoño despedazándose en cada mañana de sol, tal vez por eso nunca logro concretar mis objetivos. Me pierdo en cada pensamiento que cruza mi cabeza, melancolía que se mezcla con lágrimas derramadas sobre una hoja de alguna canción. No se, estoy alimentando mi ego de formas extrañas que cada tanto me dejan rebotando solo por la casa. Como ayer, que no me podía dormir, que cerraba los ojos y me levantaba, y volvía a cruzar el umbral, y me despertaba agitado y alguien gritaba del otro lado pero no había nadie, respiración entrecortada y la boca seca. Que pena estar solo y no sentir tu mano en mi pecho, agitado y revolucionado por las hormonas liberadas. Exceso de orgullo, exceso de vino, exceso de palabras disparadas para nadie, o para todos.
La reunión fue emotiva y fugaz, borrachos los dos hablamos de lo que no paso. Dame una esperanza y te juro que conquistamos el mundo, o por lo menos un par de nenitas con ganas de reventar. Al menos es un consuelo para tanto camino errante. Volver a volver a empezar, pero no de cero, con la experiencia de quien se sabe conocedor de esta rutina, si nos amigamos antes de julio te prometo que largo el exceso, o al menos por un tiempo.
De nada sirve que te diga que ansío sonar a dos guitarras, violentas, desafinadas y con la voz ronca por el humo de los melancos. Ya paso mucho tiempo, es hora de volver a mezclarse entre las melodías.
Si tu cabeza esta jodida, todo va a estar dado vuelta. Tratamos de aguantar los arrebatos mirándonos a los ojos y explotando en noches verborragicas, por algún lado hay que canalizar los impulsos eléctricos. Impulsos que no son duendes, solo un estado eterno de pulsión.
Hasta que ardan las campanas, o al menos la copa este llena (otra vez).
Los Saluda.
Pat.
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