Hay algo melancólico de los domingos a la tarde. La sensación de ver el sol caer y sentir como se terminan las últimas horas del fin de semana han sido siempre motivos suficientes para un sinnúmero de suicidios. Los locos del barrio comentan que la cantidad de almas que se van un domingo por la tarde equivale al promedio de toda la semana. No hay una explicación lógica ni racional de tal suceso. No hay motivos científicos ni paradigma alguno que sostenga esta teoría, pero sin embargo, esto es así. Hay algo especial en los domingos. La familia, las comidas, los amigos, los novios, los paseos y porque no la soledad. Los domingos a la tarde las emociones se disparan, los corazones se revelan y los locos se enamoran. Los domingos a la tarde la pasión del fin de semana se apacigua y se da rienda suelta al romanticismo. Las canciones de amor se ponen de moda y en cualquier esquina se escucha algún piropo. Las películas pochocleras y con final feliz son saqueadas de las bateas de los videoclubs y nunca falta el helado que acompaña el tan ansiado ritual. Los domingos a la tarde tienen algo de melancólico. La salida de la primera estrella adormece hasta al más despierto de los trasnochados. La ciudad se pone sentimental y las calles se llenan de recuerdos y anécdotas. La noche se come a la tarde y el sueño se hace presente. El domingo finalmente se transforma en un recuerdo más, y la melancolía desaparece, por lo menos hasta el próximo domingo a la tarde.
Pasar un domingo encerrado y sin mucha inventiva para idearse algún plan o distracción puede llegar a terminar en una aguda depresión o melancolía existencial. Hacer zapping entre el futbol, twitter, alguna revista, el diario, el revival de Guillermo Francella en Telefe, la zaga completa de volver al futuro o Indiana Jones, pueden ser causas de un domingo fatídico. Por suerte me gusta salir a caminar y llevar el Ipod cargado.
Para terminar me queda el delivery.
Ah casi me olvido, Abstinencia día 3.
Los saluda.
Pat.
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