jueves, julio 14, 2011

Un boleto a ningún lugar.

Palermo, cuna de mis emociones y derroches, mesa peculiar donde descansan mis recuerdos y mi mal de amores. Un trago a la nostalgia de los días que no van a volver. Cada tanto volver a esas noches ausente y despreocupado pateando las esquinas en busca del naufragio desbordante de las emociones de ayer, de antes de ayer me devuelve la fe en el amor, en la ciudad y en los perdedores que me rodean a diario. Perdedores porque somos todos faltantes a lo que fuimos predestinados a hacer, salvar el alma, eso que aun no pudimos conseguir. Nos conformamos con un poco de tranquilidad en las paginas de algún libro y bajo el respaldo de un cómodo sillón hogareño, que culpable soy.

Las porquerías que dijimos ayer quedaron en aquel cuarto desprolijo y desbordante de alcoholes y vasos rotos, retazos de dos chiquillos maleducados que solo querían sentir amor. ¿Será que es necesario curtirse la carne para salir triunfador en los atrios del despecho?


Camino despacio y tambaleante buscando mi mejor pose. Siempre con la frente en alto, con los ojos despiertos y bien atento a que me mires, que me sientas, me penetres hasta los más profundo del ser sabiendo que no te voy a defraudar. Los porteños de corazón no claudicamos ante las señoritas pulcras y refinadas que nos demandan atención. Me quiebro si me cantas al oído, si gritas cuando pasa el tren o si cortas flores del jardín de atrás. Una canción habla de lo que no tenemos, porque siempre estamos perdiéndolo todo como dos viejos que solo se tienen en el recuerdo que ya se fue. Vivamos, eso es lo que te quiero decir, sintamos el dolor y como sangra la herida, la salud, el dinero, la familia van después... salvemos el alma que es el mejor antídoto a esta puta ciudad que calla por miedo a ser descubierta.


Llegue a la estación, pero no había nadie... no es tarde es la diferencia horaria la que nos determina.


P.

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